domingo, 17 de julio de 2011

Dichos populares y respuestas barrocas.

En la columna anterior hice una reseña de la página electrónica “Voto Católico”. Uno de los lectores, el señor Franco, dejó dos comentarios. En el primero de ellos comentó lo siguiente.

“Amigo Zombi, no es bueno hablar de lo que no s conoce. Ignoro lo que es el voto musulmán o budista, pero sí sé que en mi credo católico la razón está iluminada por la Fe. Es básico. Es lógico. Respétenlo.”

Seguramente se refiere a las recomendaciones “Para VOTAR como CATÓLICO”, que animan al ciudadano a “decidirse a dejar que la fe ilumine” sus “opciones políticas” e “informarse de la postura de los candidatos”. Al respecto expresé una sencilla y espontánea reflexión: “Si me informo de la postura política de los candidatos, entonces tomo una decisión racional y no necesito que me ilumine la fe para otorgar mi voto”.

En su segundo comentario, el señor Franco se refiere a una de mis respuestas a la misma columna sobre el tema de la eutanasia.

“Leo: "En el Renacimiento, el humanista Thomas Moro introdujo el concepto de la libertad de decisión de cada quién para disponer el tiempo de la muerte." Pero, ¡por favor no digan disparates! ¿De dónde sacaron ese dislate???? Pobre Santo Tomás Moro... "La universidad no acorta las orejas" dicen en mi pueblo.”

Mi reacción inmediata fue proporcionar las referencias necesarias para sustentar mi afirmación. Incluí la referencia bibliográfica como si se tratara de una cita de pie de página. Temí haber caído en el plagio intelectual al usar una referencia académica sin citarla. Tras colocar mi respuesta en la red, noté que mi cita era terriblemente académica. Además entendí finalmente, el sentido de la última frase que el señor Franco dejó en su comentario:

“"La universidad no acorta las orejas" dicen en mi pueblo.”

Debo confesar que me tomó un buen tiempo entender el sentido de la frase. Se trata de un dicho popular que no conocía y mi acartonado cerebro tardó en descifrar. “La universidad no acorta las orejas”, ¿las orejas de burro? Pero se supone que los burros no llegan a la universidad, pues se quedan calentando la banca o castigados en el rincón. Sin embargo, recordé la idea que he escuchado en círculos conservadores, al referirse con desdén hacia los universitarios, a ese grupo de hombres y mujeres que estudian mucho y que hacen cosas extrañas que nadie entiende, que se atreven a decir barbaridades y que se oponen a seguir las tradiciones y las buenas costumbres.

Hace unos meses acompañé a mi madre a una librería especializada en literatura religiosa. Ella se desempeñó durante algunos años como ministra extraordinaria de la comunión, después de una preparación teórica de varios meses. Se retiró por cuestiones de salud y los achaques de la edad. En la librería nos encontramos a uno de sus ex colegas. El hombre muy amable le insinúo a mi madre, que yo sería una muy buena sucesora para continuar la labor ministerial. Ella aclaró que esa es siempre una decisión individual. Pero el colega no sólo insistió, sino que me cuestionó sobre mi interés en la religión. Respondí que la religión me interesa mucho y es uno de mis temas favoritos de estudio. “¿Estudio?”, respondió él. “No, no, nada de estudio, quien estudia se pone siempre en contra de la religión, en contra de la iglesia, empieza a cuestionar todo y pierde la fe.” Quise responder que considero más importante entender que creer, pero ya no tuve tiempo, pues mi interlocutor se despidió apresuradamente.

Hace unos días Antonio me recomendó leer una “fórmula infalible para combatir insultos”. Esa lectura me animó a reformular la respuesta al señor Franco y remendar así la involuntaria arrogancia, sugerida tal vez por mi respuesta odiosamente académica, tan fuera de lugar en un blog. Sin la intención de armar buenas rimas, más bien con ánimo lúdico y lírico, quiero responder con estas líneas. Una respuesta barroca a los comentarios tan ingeniosamente rematados con un dicho popular.

¿Disparate? ¡Más bien descuido, mi atento lector! Disculpas ofrezco por la confusión, pues al saltar entre las lenguas, las neuronas quedaron irremediablemente rezagadas. Thomas More, Thomas Morus, Tomás Moro. Por supuesto es Tomás y no Thomas. El castellano es tan hermosa lengua, que con el acento a tan gallardo nombre dotó, y con ello, la pronunciación precisó.

¿O se refiere señor Franco quizás su reclamación, a la impresición del verbo“introducir”? ¿“Mencionar” sería el término correcto? Moro menciona en su “Utopía” novelada, sin afán de introducir nada. Fueron sin embargo, los sabios, filósofos y pensadores de aquellos tiempos y posteriores, quienes la mención ampliamente citaron y refirieron, logrando así su introducción. Moro mencionó la libertad, cualidad oculta y desconocida en diez largos siglos medievales, regidos por el miedo y la fe, negando la existencia de hombres y mujeres como seres humanos individuales.

La idea de decidir el tiempo de la muerte, fue una revolución del pensamiento. Al enfermo tortutado y agobiado por los dolores de la enfermedad mortal, Moro le dejó en su “Utopía”, una esperanza de absolución, liberar al cuerpo del dolor y salvar el alma, cuando la muerte a su lado paciente espera. Moro deja la decisión sin embargo, a los sacerdotes y autoridades públicas. Muy temprano era el tiempo todavía, que el hombre decidiera por su vida. Bien se trataba de una novela, pero en una época todavía, en la que tratado, crónica y ficción no habían definido aun género y función. Asi hago a usted tan merecida precisión.

Caballero Franco, me dirijo a usted con atención. A cambio de usted desearía, que me honrara con la corrección, y mi largo nombre anteceda en su reclamación. Usted me llama Señor Zombi, Zombi si soy y por adopción, pero una dama y no un varón. Con ese antecedente no es necesario, usar el plural cuando afirma y pregunta, “Pero, ¡por favor no digan disparates! ¿De dónde sacaron ese dislate????” Pues aunque dos manos escriben y cinco dedos teclean, solo una cabeza es la que piensa y esa cabeza soy yo, Concepción.

Disparate, dislate y desatino, más bien a la segunda parte de su comentario finalmente atino. “Pobre Santo Tomás Moro...” Yo no me referí a santo Tomás, sino al sabio y humanista Moro. Recuerde caballero que Tomás Moro, antes que santo fue humanista. 400 años sin la insignia santa, la memoria y la obra de Moro no mermaron. Usted señor Franco, con orgullo asegura: “en mi credo católico la razón está iluminada por la Fe. Es básico. Es lógico. Respétenlo” Y al finalizar su comentario, sin ánimo de despedirse, usted todavía una frase críptica apresura “"La universidad no acorta las orejas" dicen en mi pueblo.” Lo básico, lo lógico, el respeto que usted con enfático clamor exige, no es una exigencia para usted mismo, pues su razón, iluminada por su fe, al parecer su visión y su entendimiento enturbian. ¿A las orejas de burro se refiere usted? ¡Vaya metáfora tan pueblerina!